martes, 26 de abril de 2016

Por qué dibujo (o el camino hacia un sueño)

Recuerdo perfectamente el momento en que me propuse ser escritora, pero no cuando empezó mi amor por el dibujo. Creo que fue un amor que estuvo conmigo toda la vida, pero de forma mucho más inconsciente. Me daba por etapas. De lo que sí me acuerdo bien es que dibujaba y escribía historietas. Y cuando tenía como nueve años, solía dibujar cuentos de terror sobre alienígenas y monstruos aberrantes que luego enseñaba a mis compañeros del colegio. Fui algo popular gracias a eso y la confirmación ineludible de que algo en mi cabeza no estaba del todo bien.

Luego (por culpa de algunas lecturas infantiles) me obsesioné con las historias de hadas. Y cuando digo hadas, lo hago de forma literal. HADAS. Me volvía loca de emoción pensar que podían haber pequeñas personitas aladas viviendo entre nosotros, haciendo sus moradas en nuestros jardines. Por eso mis juguetes, entre más pequeñitos, mejor. Armaba vivencias para ellos.

Al final, las historias siempre estuvieron ahí. Nunca dejé de inventarme cuentos. Pero el dibujo transcurrió en mi vida por etapas. A veces me dio con fuerza y otras no tanto. Sin embargo, siempre dibujaba, ya fuera de forma convulsiva o inconsciente. Incluso ahora me pasa: he llegado a garabatear dibujitos en documentos bastante importantes.

Llegada a la adolescencia, ver tantos monos japoneses en el programa El Club de los Tigritos me jugó en contra: solo dibujaba con estética de manga japonés. No estoy diciendo que sea algo malo, pero creo que aquello me hizo estancarme y olvidar por algún tiempo lo mucho que disfrutaba dibujando. No era mi estilo. No me sentía cómoda en él. Pero como a mis amigas les gustaba, les hacía los malditos dibujos japoneses. En esa época estaba tan concentrada en mi "camino" como aspirante a novelista, que el dibujo pasó a segundo plano. No me lo tomaba tan en serio como la escritura.

Aún así, ya entonces intentaba probar otros estilos. Cómo me puse bastante fanática de las películas de Tim Burton, hacía dibujos con esa estética suya que es una mezcla de cosa extrañamente tierna y horrible. Estética que encaja a la perfección en el alma de cualquier adolescente inadaptado/a. No es raro que ellos suelan sentirse identificados con Burton. Aquí algunos ejemplos de lo que dibujaba a mis 16 y 17 años.




Estos fueron los cimientos del diseño que mis personajes adquirirían tras abandonar para siempre la estética de manga japonés más adelante




Tras un año extremadamente desafortunado en la universidad y la vida en general, decidí largarme a Brasil, donde viví y trabajé durante una temporada. Fue allá donde retomé el dibujo en plan serio, como terapia. Me sentía tan agitada y destruida emocionalmente, que lo único a lo que pude aferrarme entonces fue al arte y la literarura.

Compré un block, acuarelas, lápices y pinceles y me puse a retratar pájaros. Había estado tan fascinada con las aves brasileñas, que solo quería pintarlas. Hasta entonces, nunca había usado acuarelas. 

Mi primer intento quedó así:




Podría decir que, de alguna forma, pintar y dibujar me fortaleció como persona. Algunos hacen yoga; yo creaba. Me aferré a mis cuadernos, mis lápices y mis pinceles como una enferma mental. Y entonces recordé que habían existido dos ilustradores que me marcaron durante mi adolescencia cuando iba a leer un rato a la sección de literatura juvenil de la Biblioteca de Santiago tras la salida del colegio: Shaun Tan y Jimmy Liao.

Esos dos autores de libros ilustrados para "niños" (las comillas son absolutamente necesarias) fueron muy importantes para mí. Sus libros me hicieron comprender la importancia de las imágenes. Su potencia.

Toda la gente que esté atravesando una depresión debería leer El Árbol Rojo, de Shaun Tan. Él es mi ilustrador favorito. Algo así como mi mentor.


Ilustración de "El Árbol Rojo"


Podría decir que fue gracias a Shaun Tan y esa etapa tan tortuosa de mi vida que me propuse una nueva meta: tener un estilo de dibujo y ser ilustradora de historias infantiles. A mi sueño de escritora se sumaba el de ilustradora. Era imposible poder aburrirme un solo minuto con tantos objetivos en mente. Fue como dibujar en la pared con una tiza mágica para escapar de la realidad. Crear mundos imaginarios es el método que tengo para vivir feliz.

Pero en vez de arte o diseño gráfico, decidí estudiar periodismo para que me pagaran por escribir y tener la seguridad de un sustento. Nada me iba a impedir seguir dibujando y pintando. Yo estaba determinada. Lo sigo estando. Y para eso estaban youtube y google.

Inspirada por la estética de Shaun Tan y un ilustrador genial que encontré por internet, Don Kenn, a mi vuelta a Chile me compré un cuaderno de bocetos. Fue mi primer cuaderno de bocetos "serio". Y los dibujos que hacía entonces eran estos:




Durante ese proceso de investigación y búsqueda de mi propio estilo me di cuenta de que ser una ilustradora infantil era perfecto para mí, pues solo dibujaba niños. Lo sigo haciendo. No me gusta demasiado dibujar gente adulta. Los adultos son aburridos, pues son como niños insoportables sin las cualidades que caracterizan a esa gente tan sabia y pequeña e infravalorada que yo llamo "ciudadanía infantil".

Fue en esa etapa cuando nació mi primer personaje "ícono". Uno con el que me encariñé tanto que solía dibujarla por todas partes, incluyendo las servilletas de algunos cafés o restaurantes: Melinda.



Primeros bocetos de Melinda. 

Iba como en mi segundo año de periodismo y ya empezaba a notar la articulación de mi estilo de dibujo, y con una confianza más fortalecida, comencé a realizar ilustraciones infantiles pintadas con acuarela. Aquí unos ejemplos:





No eran perfectos, pero yo empezaba a sentirme más envalentonada. "Creo que realmente sirvo para esto", fue lo que pensé. Y seguí dibujando y llenando libretas con bocetos y más bocetos, hasta que ya no necesité seguir preguntándome si acaso tenía o no un estilo... ¡Qué importaba ya! Me sentía bien ilustrando; me sentía completa.

Y ahora, a mis 25 años, sigo empecinada en convertirme en escritora e ilustradora. Mi gran objetivo es hacer una novela gráfica. Novela que ya tiene título, bocetos, personajes y un texto en desarrollo. Se llama El Lenguaje de las Nubes. Pero de eso hablaré en otro post.

Actualmente, me tomo esto como un trabajo más, aunque nadie me conozca ni nadie me publique o me paguen por ello. Supongo que tener tanto mundo imaginado en mi cabeza me ha transformado en una solitaria empedernida. Lo cierto es que tengo muy pocos amigos. Es el precio que debo pagar por cumplir mis sueños, supongo. La misantropía va inyectada en mi sangre.

Sigo trabajando en mis proyectos con confianza y este año me he propuesto tres metas: empezar la novela gráfica, mandar Experiencias bajo la Atmósfera terminada a la editorial Bárbara Fiore y al concurso Edelvives y ganarme un fondo de creación literaria.

Algo tendrá que salir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario